Redacción. La influencia de Andalucía no se limita solo a la denominación de los lugares y los pueblos, su huella en distintos países del mundo es clara. Córdoba es, asimismo, el nombre de la moneda de Nicaragua, llamada de esa manera en recuerdo del conquistador Francisco Hernández de Córdoba, que era de Cabra y que hoy es recordado por aquellos lares ultramarinos como el fundador del país. Donde, por cierto, puso en pie una ciudad llamada Granada. Un córdoba se cambia por aproximadamente 2,7 céntimos de euro, pero está claro que su valor sentimental es muy superior.
Las tradiciones del sur supieron abrirse camino en el Nuevo Mundo con tanta o más pericia que los primeros exploradores. Es el caso de la Semana Santa, que anidó en Hispanoamérica y especialmente en la actual Colombia a imagen y semejanza hispalense. Hay un Cristo del Cachorro, réplica del que gobierna la trianera calle Castilla, en las procesiones de Popayán, declaradas nada menos que Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad hace diez años en esta ciudad que no en vano es conocida como la Sevilla Suramericana.
En el mismo país, aunque con unos desfiles procesionales más modestos, quien vaya en busca del Paraíso se encontrará con Sevilla en pleno corazón del Valle del Cauca, donde la ruta cafetera hace un alto para compartir la alegre locura de una población que supo plantar cara con determinación, con ganas de vivir y con cultura a las peores vicisitudes sufridas por el país.
Quien lo haga en agosto se encontrará, junto al resto de alicientes, el afamado Festival Bandola, donde los sevillanos hacen de la música un homenaje a la diversidad y a sus propias entrañas campesinas, mezclando el tango y el reggae, la cumbia y el joropo en una fiesta sin fin, donde se brinda por la Luna en el llamado Cantorío de Mujeres y cuyo Carnaval de Abrazos no deja a nadie en riesgo de soledad. Y todo ello, oliendo a café. El famoso café de Sevilla.
Para lo grande que es el mundo, se puede decir que a no mucha distancia de allí, apenas 730 kilómetros mal contados, se encuentra la finca bananera llamada ‘Macondo’, de donde Gabriel García Márquez obtuvo el nombre del pueblo cuyo solo nombre vale por media historia de la literatura: el que fundó José Arcadio Buendía en una de las mejores fantasías que ha parido este planeta: Cien años de soledad. En las primeras líneas del libro se habla de aquel río «de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos». Puede que no sean muchos los andaluces que sepan que aquella lustrosa corriente también tiene nombre en el plano real, porque atraviesa la citada finca bananera. Es el río Sevilla.
En las inmensidades del firmamento. En el fondo del mar. Entre las divisas del mundo. En todos los continentes, ya sean poblaciones, playas, bahías, cuevas o cualquier otro paraje. Los nombres de los pueblos, los barrios y las ciudades de Andalucía se encuentran en todo el mundo, muestra de la huella andaluza en el planeta.